viernes, 4 de enero de 2008

Volver, volver y volver...

Aunque esto parezca el nombre de un tango muy conocido, lo cierto es que se trata de algo que quería compartir con ustedes en este café virtual. Acabo de encontrar entre mis viejos archivos un texto del que uno definivitamente, no se cansa de leer y releer. Por otra parte, como Lety hizo la promesa de aprender a no llorar éste año, aquí va la primera prueba.

El 20 de marzo de 2003, por aquel entonces, nuestro querido amigo Darío que trabajaba en el INECIP nos enviaba vía mail la Editorial para el lanzamiento del primer número de la Revista "No Ha Lugar", que entre copas y charlas amenas, fue una loca idea que se nos había ocurrido a varios de los que integrabamos el CEJIP en esa época. Si bien la revista sólo alcanzó a publicar el primer número, una de las cosas que más recuerdo con aprecio de ese tiempo, fue el ímpetu que se puso en el trabajo para armar la revista de la nada: insistir a la gente amiga para que escriba, buscar la forma de financiar su publicación, armar el equipo editorial, el diseño, las revisiones, etc.

Debo confesar que la Editorial estuvo lista mucho antes de los artículos que fueron publicados en la revista. Y mejor que fue así, porque recuerdo perfectamente ese nudo en la garganta que se me hizo al terminar de leer lo que escribió el Profesor Binder y la conviccción incuestionable, que en ese momento me había generado, de sacar como fuese esa primer número. Estimados, que la voz les quede ronca por decir las verdades que incomodan.


EDITORIAL


Es bastante usual dedicar la primera editorial de una nueva publicación a justificar las razones de ese emprendimiento. Incluso, hasta se suele pedir disculpas por animarse a lanzar ideas a la imprenta o, tímidamente, se deja deslizar la posibilidad de que la revista finalmente no tenga continuidad. Nada de eso haremos en esta presentación. Y no lo haremos porque existe en esa costumbre un error fundamental: pareciera que guardar silencio es un mérito, que dejar que las palabras mueran antes de salir un acto de prudencia y decir las verdades más elementales como en un susurro un signo de sabiduría.


Me parece importante comenzar esta públicación señalando con toda la fuerza que sea posible que la cuestión es exactamente al revés. Lo que se debe justificar –si ello es posible- es el silencio, el quedarse callado, el hablar con voz que no incomoda o las mil y una formas de silencios disfrazados de fraseología vana y sin sentido.

En esta revista se ha decidido gritar, vociferar, dar voces de alerta, pedir auxilio, arengar, discutir y todas las otras formas de hacerse oír a las que nos obliga una realidad doliente, un poder cruel y desbocado y una burocracia insensible, autointeresada y empecinada en la “benevola” sordera del trámite cotidiano. Esta frase parece tan poco “académica” que uno ya se imagina a viejos profesores de cábalas y formularios con una mueca de desprecio y a los nuevos profesores del “op cit” y la parrafada sin ideas con un escalofrío de “falta de rigor”.

Esta revista quiere romper con esos silencios. Existen varios. En primer lugar el de aquéllos que ni siquiera se enteran de lo que ocurre. Pareciera que nada se puede decir de ellos porque ¿ Qué puede decir quien no ve?. Pero claro que se puede decir y mucho. La costumbre del funcionamiento del sitema penal nos vuelve primero miopes y luego ciegos, pero hay una grave negligencia en dejarnos arrullar por esa costumbre. La molicie de no mirar nos vuelve ciegos. Entonces, nos nos enteramos que muchos imputdos no tienen defensa o ella no es efectiva o los defensores no tienen como entrevistarse con ellos; menos nos enteramos como se vive en las cárceles o en las comisarías o como se trata a los testigos y a las víctimas en los tribunales y tantas otras costumbres agresivas y ruines que se han convertido en rutinas, trámites, modalidades, etc. La inhumanidad de los sistemas judiciales (que no es exclusivamente una característica de la justicia penal) es sostenida diariamente por hombre y mujeres que dejan que ello sea asi. El silencio de la aceptación de la rutina es una de las formas más graves y uno de los obstáculos más fuertes a los que debe enfrentarse el proceso de reforma. Espero que esta revista puede ser un ámbito en el que se identifquen y analicen con minuciosidad esas prácticas pequeñas, pero que van construyendo la gran maquinaria de la selectividad, la violación de derechos fundamentales y la impunidad.

Existe otra forma de silencio. Es el de los textos que nos hablan de un derecho procesal penal que no tiene nada que ver con lo que realmente sucede enlos tribunales. ¡Claro que hay que ocuparse de las normas procesales!. Pero ocuparse verdaderamente de ellas significa, por una parte, comprender su finalidad político-criminal y su funcionalidad real dentro del sistema penal y por las otra detectar las prácticas concretas que se desprender de esas normas. Todavía se pretende sostener que un tipo de conceptualismo meramente clasificatorio es una buenta teoria. No lo es, normalmente es sólo eso: pura clasificación y a veces deficiente taxonomía. Aqúi no hay que dejar el tipo de derecho procesal penal ha logrado “institucionalizarse” en las universades con su “metafísica del trámite”, el abuso de la lista de definiciones y la tranquilidad del carácter “meramente instrumental” del derecho procesal, imponga su pretensión de falso rigor, que oculta el hecho de que se trata de una mera doctrina de mayor o menor nivel de abstracción, pero con muy escasa capacidad explicativa sobre el funcionamiento de los sistemas procesales. Tampoco es admisible esa otra forma de silencio que se presenta como la contracara del anterior. La visión “practica” de las llamadas “practicas forenses” que terminan por envenenar el alma del alumno haciendole creer que litigar es presentar escritos, que saber derecho es memorizar formulas sacramentales, contar plazos o aprender las trampas que demoran el juicio. Esa falsa “práctica” del gestor de tribunales se presenta como un eficiente método de ejercicio profesional y quizás lo sea. Pero es una de las razones por la que se perpetúan los peores defectos de nuestros sistema procesales y de la pedagogía universitaria.

Existe una tercera forma de silencio: el preciocismo. Claro que se pueden estudiar los temas más puntuales. No hay tema dentro del funcionamiento del sistema judicial que no sea objeto digno de reflexión. Pero siempre debe ser reconducido hacia los grandes problemas que nos interpelan. Hay una prioridad temática que nos impone la propia realidad del sistema penal, que nunca debe ser olvidada. E, insisto, esto no implica dejar de lado ningún tema si cada uno de ellos finalmente los enfrentamos a los dos problemas centrales: el de la violencia que ejerce el Estado (poder penal) y el de las libertades públicas que deben ser sostenidas frente a esa violencia (sistema de garantías).

Por eso no nos alcanza con un “garantismo de salón” que se despreocupa del funcionamiento real del sistema penal. No ha sido esa la actitud fundamente del derecho penal liberal y mucho e sus iniciadores escribian en el exilio o debían enfrentar fuertes replicas. Estaban tratando de modificar la realidad no de describirla simplemente. Esta actitud transformadora que ha tenido el pensamiento liberal originario debe ser mantenido con fuerza, pese a los costos que tiene y las pequeñas venganzas de la falsa academia, los “hombres de saber oficiales” y muchos operadores del sistema judicial. Si decir no incomoda, entonces sí creo que es mejor callarse. Provocar esa incomodidad es quizás la primera exigencia de esa “etica del decir” que hoy nos debe movilizar.

Pero claro está no todos son silencios. Hoy se ha instalado una potente retórica de la violencia, que promete mano dura, brutalidad salvadora, implacable severidad. Si miramos la historia de nuestros países veremos que quienes sostienen esa retórica han sido quien han tenido la preeminencia en el diseño y desarrollo de la política criminal y sólo nos han legado sociedades violentas, abandono de las víctimas, instituciones deficientes. Sin embargo tienen la capacidad de renovar permanentemente su discurso falaz y notoriamente ineficiente.

Con ellos hay que confrontar. Sin miedo y sin timideces. No hay que tener vergüenza en sostener las libertades públicas. Mucha gente ha ofrendado su vida por conquistarlas o sostenerlas y lo menos que podemos hacer es no sentir vergüenza de ser garantistas. Hoy como nunca se deben sostener las libertades públicas, frente a la brutalidad del nuevo Estado tecno-policial. Además hay que confrontarlos en su propio terreno, el de la eficiencia. Los retóricos de la mano dura han sido incapaces de construir instituciones eficientes. El pensamiento garantista hoy tiene una reflexión mucho más rica, diversificada y profunda sobre como construir eficiencia y proteger los derechos de las víctimas y luchar contra la impunidad estructural.

Como vemos no es difícil justificar porqué nace esta revista, vinculada a todo el movimiento de la reforma de la justicia penal en América Latina que ha renovado el pensamiento y la acción sobre nuestros sistemas penales. Difícil, sino imposible, sería justificar que ella no saliera. Por eso mi enhorabuena para todo el equipo editor y a quienes forman el Centro de Justicia y Participación.

Un último pedido, en especial para los más jóvenes: por favor, que la voz les quede ronca y que para muchos esta revista sea una brasa que les queme las manos.


ALBERTO M BINDER
INECIP

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